Estoy convencida de que lo que gozamos de adultos, casi siempre, tiene que ver con los vínculos afectivos de nuestra infancia. A mí el mar me conecta con mi familia, con los incontables fines de semana, puentes y veranos en Acapulco; me remonta a las horas y horas que pasaba sumergida en las olas del Revolcadero con mis hermanos y con mi papá.

Nadar siempre fue parte de mi niñez, eran mis clases preferidas después de la escuela y mi actividad estrella en los camps. Fue muy claro para mí, desde que iba en primaria, que “en el mar la vida es más sabrosa”, más que una canción, era un llamado. Nunca entendí porque vivíamos en la Ciudad de México y no en Acapulco, a los siete años me parecía que no tenía sentido.

En 2008 me fui a estudiar a Australia con mi esposo, tuve la suerte de que la vida me regalara vivir a una cuadra del clavado mañanero por casi siete años. Ahí empecé a nadar en aguas abiertas, en ese acuario. Hacía un friendly swim por lo menos tres veces a la semana: una sensación adictiva. Ahora llevo más de siete años viviendo en Los Cabos, nuestros hijos, Vicente y Natalia, son dos choyeritos que empiezan a desarrollar su relación con el mar. Ver eso llega al alma.

Para mí el mar es como una mamá, sostiene y abraza; nos muestra cómo somos y nos abre el corazón. Feliz de formar parte de este grupo y de nadar con causa. Me encanta hacer equipo con ustedes aunado a compartir el cariño al mar, porque: “en el mar la vida es más sabrosa”, y a eso venimos, ¿no? A gozar.